Un alma que aspire a ganar a otras almas tiene que ser inmensa como los mares; para convertir el mundo, es menester un corazón más grande que el mundo. Tal fue San Pablo desde el día en que, repentinamente envuelto y alumbrado por una luz del cielo, se abrasó en encendidas ansias de colmar el mundo del nombre y de la fe de Jesucristo. ¡El Apóstol de los Gentiles!: su nombre es su obra. Trabajó incansablemente, hasta que la espada del verdugo le hizo entregar su alma indómita en manos del Creador; pero le sobrevivieron sus escritos, que permanecerán para siempre continuando su misión.
Es costumbre de la Iglesia, en sus oraciones litúrgicas, juntar siempre el nombre de San Pedro con el de San Pablo. Ninguna alabanza mejor para este último. Ni tampoco hay cosa más justa, pues juntos consagraron a Roma con su martirio. La Iglesia les honra el mismo día a los dos.
Los judíos me han azotado cinco veces, con los cuarenta golpes menos uno; tres veces he sido apaleado, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos y con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre paganos, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropas (2 Cor. 11, 23-27).
Concilium Legionis Mariæ (2001). XXIV Patronos de la Legión: San Pablo. En Concilium Legionis Mariæ. Manual Oficial de la Legión de María (p. 168). Bogotá, Colombia: Editorial Kimpress Ltda.